continuación del artículo anterior
INDICE
El diseño editorial en España 2
La composición tipográfica
Eudald Canivell y Joan Russell escribieron un catálogo en 1913, editado por la fundicióntipográfica Neufville, titulado Breves indicaciones para la composición tipográfica moderna, en el que se indicaba, por ejemplo, que si en una portada el texto tenía gran número de líneas habían de reunirse los conceptos en grupos aislados formados por líneas regulares, que se distribuían sobre la página en un desorden aparente, en “una negligencia estudiada”, en palabras textuales de sus autores. Para su ordenación se abandona la simetría clásica en favor de una disposición asimétrica o excéntrica.
Se prefiere equilibrar la imagen descentrada con una superficie blanca enfrente que la compensa y contrapesa. Los tipógrafos armonizaban a menudo el conjunto englobándolo con un conjunto de filetes que formaban rectángulo.
Por lo que se refiere a las páginas interiores, a principios del siglo XX, aparecen menos cargadas de texto. Por lo general, en los libros no se suelen utilizar las dos columnas, que eran propias de la compaginación romántica. El texto se considera como un grupo compacto negro, delimitado por los blancos de los márgenes y desplazado hacia el interior y la parte superior de la página. Los márgenes se ensanchan y las interlíneas suelen ser más anchas que las líneas. En la página los blancos adquieren una gran importancia en la medida de que dan valor al grupo compacto del texto y la página es mucho más ligera que antes.
Cuando los libros se dividen en capítulos, éstos se separan por una página blanca destinada a situar el título o a llevar una ilustración. La colocación de las ilustraciones en una página o en doble página también sufrió un cambio porque los tipógrafos adoptaron un eje de simetría en diagonal; para contrapesar, por ejemplo, una lámina situada en la parte superior izquierda se situaba otra en la parte inferior derecha. Cuando existían tres o más ilustraciones, solían escalonarse a lo largo de esa diagonal. De lo que se trataba, por tanto, era de hacer más dinámica la disposición de la página.
El formato de los libros también varió. Muchos de los libros modernistas y también algunas revistas se realizaron en un formato distinto al tradicional. Así:
– el rectángulo extremadamente alargado que había aparecido en Inglaterra hacia 1893.
– el formato más cuadrado que el normal, también creado en Gran Bretaña hacia 1895, introducido por Laurence Housman.
En Cataluña se realizaban hacia 1890 libros alargados, diseñados, por ejemplo, por Apel.les Mestres -poeta, escritor, compositor, dibujante y, sin lugar a dudas, una figura cultural de primer orden-, bajo la influencia de las láminas japonesas. Uno de ellos será Vobiscum, publicado en 1892.
Alexandre de Riquer -un artista muy influido por la estética del Aesthetic Move-ment inglés- llevará ese formato al extremo, diseñando libros muy alargados y pequeños como Crisantemes que data de 1898 y Anyoranses de 1902; ambos medían 75 x 200 mm., y son los dos primeros ejemplos de libros muy estrechos, pues su altura es dos veces y media mayor que su anchura. En ambos libros hay una influencia de la xilografía japonesa y del cartel. Respecto al formato algo más cuadrado que el normal cabe destacar el libro Boires Baixes de Josep María Roviralta -crítico, poeta y dibujante influido por el estilo del francés Grasset-, marcado por la estética moderna, impreso en 1902 por la imprenta Oliva de Vilanova y una auténtica joya bibliográfica.
Además de estos libros existieron otros también reseñables como el realizado por Adrià Gual, titulado Nocturn. Andante Morat, un poema que había escrito e ilustrado. Se ha considerado la quintaesencia del simbolismo, desprovisto del ropaje decorativista, con una portada de gran simplicidad.
Hubo también otros dos libros de pequeño formato y de edición muy cuidada: Oracions (1897) diseñado por Miquel Utrillo y Fulls de la vida (1898) por Ramón Pichot, ambos escritos por Santiago Rusiñol. Otra obra magnífica, ejemplo de la edición modernista, fue Liliana impresopor la Imprenta Oliva y obra de Apel.les Mestres.
Papel y tintas
Los modernistas se preocuparon mucho por el papel. Para las ediciones de lujo se empleó el de hilo; para las normales el papel satinado como consecuencia de la importancia concedida a la ilustración y al fotograbado.
Se utilizaron, asimismo, papeles y tintas coloreados. Como tonos más habituales encontramos el gris pálido, el salmón, el rosa, el anaranjado intenso, el anaranjado claro, el limón, el verde pálido, el siena, el verde oliva, el amarillo verdoso, el verde azul, el azul pálido y el lila. Son gamas muy suaves y características de la época. En las revistas el papel, excepto en la cubierta, siguió siendo blanco aunque también se empleó el color crema, denominado agarbanzado.
La ilustración
La ilustración fue una de las grandes protagonistas del Modernismo. Se trata de un arte lineal, de dibujo nervioso, sinuoso, que se caracteriza por jugar con los temas fantásticos, irreales, evocando un mundo de ensueño.
Desde el punto de vista temático, existe predilección por representar a la mujer. Es una mujer sensual, mística como en los dibujos por ejemplo de Alexandre de Riquer, o provocativa como en los de Ramón Casas. Pero también aparecen hadas, figuras medievales, legendarias, enlazadas casi siempre en una trama floral, por medio de la que los dibujantes estructuraban los dibujos. Se recurrirá, pues, a las fuentes simbolistas que crean un mundo de sirenas, cisnes y pavos reales. Hay un gusto por los temas misteriosos, exóticos y extravagantes.
Los temas florales -corolas, tallos y hojas entrelazadas que enmarcan las letras pomposas- y decorativos estarán siempre presentes, entre otras razones, porque hay una vuelta al estudio de las formas de la Naturaleza. Pero no se trata de una copia minuciosa de los detalles sino que es una naturaleza transformada, transcendida y abstraída, fuertemente imaginativa. Los elementos propios del lenguaje plástico realista son eliminados o simplificados al máximo.
Al Modernismo, y a partir aproximadamente de 1911, se va a oponer de alguna manera una corriente que en Cataluña recibirá el nombre de Noucentisme y que en el resto de España significa un cierto clasicismo.
Las revistas ilustradas
Una de las consecuencias de las nuevas técnicas de impresión fue que ahora, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, era mucho más fácil reproducir imágenes. Por ello, aparecieron un gran número de revistas en Estados Unidos y Europa.
Nuestro país no escapará desde luego al fenómeno. Frente a las revistas que van a desarrollar unas nuevas formas de presentación, los periódicos permanecieron bastante inamovibles en su apariencia formal, si excluimos los cambios en la tipografía de las cabeceras, que sí se apuntan al Art Nouveau. Cuando hablamos de las revistas de este período, al igual que si lo hiciéramos de las que existen hoy en día, habría que distinguir entre aquellas que tuvieron una “gran tirada” destinadas a un público “masivo” -siempre hablando en términos relativos y teniendo en cuenta la demografía de la época- y aquellas otras cuyo público fue más reducido, ligadas a artistas y escritores que eligieron este medio como un vehículo para la transmisión de sus ideas.
Es precisamente en este segundo grupo de donde parten las principales innovaciones en lo que se refiere a la gráfica. Pero el papel de las primeras, desde luego, no deja de ser importante porque, precisamente, son las que se encargan de popularizar los hallazgos formales de las segundas. En general, tanto en unos casos como en otros y salvo en ejemplos muy concretos, cabe señalar que ninguna de las revistas a las que me referiré a continuación están adscritas a una escuela artística en particular, sino que resultan bastante eclécticas, acogiendo muy diversas corrientes en su seno. Algunas de ellas tienen una excelente calidad formal y, sin embargo, sus contenidos dejan bastante que desear y también sucede todo lo contrario: pueden tener un alto contenido cultural y no ofrecer ninguna innovación formal en particular. Por lo que, desde luego, no podemos caer en el tópico de que a grandes contenidos corresponden grandes cambios estéticos.